MAKEDA, SALOMÓN Y EL ARBUSTO DE CAFÉ
Versión erótica de la Reina de Saba
Escrita por Julieta Parra
MAKEDA , SALOMÓN
Y EL ARBUSTO DE CAFÉ ARÁBIGO
Por Julieta Parra
Fueron mi instinto y mi olfato los que marcaron la ruta,
dejándome llevar por el aroma del placer, ese que me tiene ahora mismo ante ti, el que me trajo hasta
aquí…
La Reina Makeda se hallaba inmersa en un terrible y solitario
mar de decepciones, todo su poderío y sus riquezas, incluso su indescriptible
belleza le eran indiferentes a sus propios ojos, su infelicidad era
inocultable, para muchos arrastrada por su espíritu caprichoso, despreciaba
cada día un nuevo hombre, perseguía quizá su alma aquello que era escaso,
aquello que irónicamente no podía tener.
Desfiles interminables de príncipes de todas las naciones,
faraones, ricos comerciantes, acaudalados extranjeros, ninguno de ellos satisfacía
aquello que buscaba la más deseada de las reinas del planeta.
Estaba irascible, no
comprendía el porqué de su soledad, contemplaba de lejos a sus criadas, tal vez
incluso ellas tenían mejor suerte que ella, se refugiaba entonces en la música,
la escultura, en los versos, en el estudio de la astronomía, cada mañana
recorría sola sus jardines tan extensos como su tristeza.
Una noche como tantas no lograba dormir, así que decidió salir a caminar por uno de sus
jardines preferidos, ahí donde sembraba y cuidaba sus flores, sus plantas, sus
arbustos. Hacía calor, y su piel morena y brillante contrastaba perfecta y
hermosamente con la luna plateada, su túnica vaporosa y sus sandalias color
miel, su cabello suelto e intensamente negro, se perdía en el misterio oscuro
de aquella noche.
Se detuvo y se dejó extasiar por el aroma embriagador de las
flores, pero había una fragancia especial, una que le atraía en particular.
Se aproximó llevada por su olfato, era el arbusto de café arábigo que
con tanto aprecio cultivó su padre, el Faraón
y Makeda heredó estos cuidados como tradición desde niña. Le causaba curiosidad como buena estudiosa y
observadora de la naturaleza, que aquel árbol tuviese flores que solo expedían
su aroma cuando los humanos dormían, las
flores blancas del arbusto se abrían mágica y en exclusiva para la noche. Toda esta fascinación fue creciendo con los
días, fue entonces cuando la reina Makeda,
inició un amor incomprensible, un romance de fábula con aquel arbusto, lo visitaba
cada noche, lo lamia, lo acariciaba, danzaba a su alrededor, se vestía y se
perfumaba sensualmente para él, luego se desnudaba, le veía completamente
fálico y erecto, reía con él, le miraba húmeda y seductora, se obsesionó de
manera desbordante.
Por las mañanas llevaba el abono y todos los nutrientes para
la tierra del arbusto, le regaba con agua fresca, lustraba sus hojas, aquella
planta, era su motivo, su ilusión, en su existencia encontraba sintetizada toda
la belleza del universo, toda esa energía podía sentirla, cuando le rodeaba con
los brazos, sentía la fuerza gravitacional más intensa que nunca, escuchaba el
recorrido de la clorofila casi que por sus propias venas, le comparaba al árbol
de la vida y del placer, Makeda
imaginaba que del tronco surgían extremidades,
dedos que la tocaban, brazos que la sujetaban, piernas que la aprisionaban,
que locura más orgásmica experimentaba Makeda cada noche. Pero al amanecer volvía
a la realidad y recordaba que quizá se trataba de la alucinación más hermosa producto de sus fantasías
y su soledad, ese anhelo por lo ideal, por encontrar perfección en otro ser,
ese espíritu de hazaña que surge en ciertos tipos de mujeres, tal vez porque se
piensan imperfectas, es como el más intelectual de los complejos. Volvía a la
tierra y recordaba que aquel amante era su arbusto de café arábigo. Así que decidió
saber de su especie, Makeda creía en la ciencia, y analizaba los procesos de
cada cosa, sus porque y para que, su pensamiento científico era cotidiano, lo
estudiaba en los detalles y a través de los sentidos, así que se paraba a ver como tomaban sus semillas en cierta época del
año, que hacían con ellas, como las
molían hasta encontrar su punto más fino, las ponían a secar, algunas veces eran
maceradas elaborando bloques pequeños, para hervir, pero la transformación que más
llamó la atención de la reina, fue aquella que concluía en su presentación más
pulverizada usada para una bebida caliente , envolvente y aromática, ponían el polvo de café en una bolsa hecha
con un lienzo o paño delgado, fino y
satinado, filtraban el polvo a través de este colador de tela, el resultado era
una bebida alucinante de fragancia mucho más acentuada la cual se expandía lenta
y placenteramente por el espacio más
cercano, su sabor era indescriptible, un poco amargo un poco dulce, eufórico y adictivo.
La reina preguntó de inmediato a las criadas. – ¿Que bebida es esta que no me han dado, es
ambrosia sembrada en los jardines de mi palacio y yo no le conocía, que hacen
con ella, en donde es vendida, quien es la reina, rey, nación, príncipe o princesa comprador de
tan maravillosa bebida?-
Respondió a su pregunta, Galé, la más allegada de sus criadas, - Lo llevan
muy lejos, cruzando la frontera egipcia, justo donde empieza el imperio
heredado del Rey que compra el polvo de café, su territorio y poderío se
extiende desde el Valle Torrencial , hasta el río Éufrates, en Mesopotamia, cada mes, recogen una cantidad considerable,
casi 200 camellos cargados del producto, que le son, amada reina muy bien pagos a usted, el negocio
lo inició hace muchos años su padre el Faraón, el rey que compra el particular
producto es un cliente consentido, es sin duda una de los reyes más poderosos y
ricos del mundo conocido, solo existe
una condición a su favor y es que a él y solo a él le sea vendida en exclusiva,
toda la cosecha.
La reina Makeda, hace un gesto de disgusto y pregunta, -¿Me estás
diciendo Galé, que este tesoro que se da en mi palacio no se queda aquí, sino
que lo degusta otro imperio, otro rey?
Le contesta Galé- Pero insisto mi señora, es muy bien pago,
el rey está dispuesto a todo, hasta medio reino entregaría por tenerlo y
disfrutarlo. A Cambio no solo le envía a usted el oro que paga tres veces lo que cuesta, le
envía además especias, telas, y hasta esclavos, le dedica en su templo grandes ofrendas, la bendice a usted
reina y a todo su imperio, por poseer el
producto-
La reina escuchaba atentamente de quien se trataba. Y vuelve
a preguntar – ¿Y qué sabes de su carácter, de su nobleza, de su inteligencia,
de su apariencia?, ¿Cuál es el nombre del Rey?, es evidentemente un ser con
inigualable y exquisito gusto.
Le contestó Galé: -Es el Rey Salomón mi señora, yo no le
conozco pero quienes lo han visto aseguran que tiene la presencia de un Dios,
su piel es radiante, su apariencia es
fuerte y vigorosa, de mirada hermosa, gusta de las artes, adorador de las
mujeres, de nobleza incomparable, justo, pero sin embargo una de sus cualidades
resalta sobre las demás, siendo conocido
en muchos imperios a causa de este don-
Makeda, se interesa aún más y pregunta, -¿Y cuál es ese maravilloso
don del que me hablas, Galé? Responde Galé -Es un rey, excesiva y
sorprendentemente inteligente, destila sabiduría, lo que lo hace el más
respetado de los reyes.
Makeda se queda en silencio por un rato, contemplando el
horizonte, hace una pausa y pregunta finalmente, - Dime Galé ¿El rey Salomón tiene
reina?
Y Galé le responde, -No,
no tiene Reina, pero tiene mil doncellas
que le atienden, lo satisfacen y le adoran.
Al día siguiente la Reina Makeda hizo como de costumbre el ritual
con el arbusto de café arábigo en una euforia absoluta, llegada la noche, organizó un largo viaje, cientos de camellos
cargados con ofrendas, regalos como oro, sedas, especias, vino, flores, madera,
piedras preciosas, danzarinas, panderetas, arpas, brazaletes, eran los
presentes con los que la reina Makeda, iba a saludar y a conocer al tan afamado rey,
mientras avanzaban, una de sus criadas
le contó una particular anécdota del rey Salomón, se trataba de dos mujeres que
se disputaban ser la madre de un recién nacido, vivían juntas, se embarazaron y
parieron al tiempo, pero una de ellas en
su profundo sueño no se dio cuenta y asfixio con su cuerpo al niño, mientras la otra mujer dormía a su lado, así que al enterarse de la tragedia, la
perversa mujer, cambió los bebes, dejando el pequeño sin vida al lado de su
compañera, comenzó a gritar - ¡Has matado a tu propio hijo!- la otra mujer
lloraba desconsolada y aseguraba que el niño vivo le pertenecía. El caso llegó a oídos del rey, quien ordenó
el arresto de las dos mujeres y que inmediatamente fueran llevadas ante él. El
palacio estaba atestado de gente que quería presenciar el desenlace de la
historia para darle castigo a quien lo mereciera y entregar el niño a su
verdadera madre. Estaba el rey en su trono y las dos mujeres lloraban en su
presencia mientras la muchedumbre esperaba en silencio. El Rey preguntó- ¿Quién
es la madre del niño?
Las mujeres contestan a la vez – ¡Soy su madre! - ¡No, ella
miente, soy yo la madre!
El Rey preguntó de nuevo -¿Quién es la verdadera madre del
niño?
Nuevamente las mujeres responden al tiempo,
– ¡Soy su madre! - ¡No,
ella miente, soy yo la madre!
El Rey calla, observa un punto fijo, mira el niño, a los
ojos, lo toma en sus manos, lo eleva como si fuese una ofrenda la cielo y dice,
-Amado Padre, como esta tan difícil
reconocer la verdad, y no voy a defraudarte siendo un rey injusto, me temo que partiré
el niño en dos para que estas mujeres tengan cada una la mitad del pequeño.-
Las mujeres y toda la gente, quedaron estupefactos, ellas
lloraban, otros murmuraban, rostros horrorizados pensando en la crueldad del rey.
De inmediato, El Rey Salomón, hace traer el hacha, pone el niño en el centro y
dice por última vez, -si su madre
verdadera no se manifiesta pártelo en dos, al contar hasta tres, uno, dos…- Al dar la señal, una de las mujeres cubre él
bebe, se pone entre el verdugo y el niño, y grita, - ¡No le hagas daño, dáselo a ella, pero
déjalo vivir!
Así que el rey dice- detente guardia, detente-
El rey se acerca y le
pregunta a la mujer que continua protegiendo al pequeño, -¿Así que prefieres
dárselo a ella pero verlo vivo, tal vez para verlo crecer?- La mujer replico ahogada en llanto, que sí,
que se resignaba a entregarlo con tal que lo dejaran vivir.
El rey dijo, - Mujer, toma a tu hijo y ve tranquila, tu eres su madre, solo una verdadera madre
haría tal sacrificio-
Todos estaban impresionados, maravillados con la sabiduría
de su rey. La reina Makeda impactada con la historia, ahora estaba más deseosa
que nunca de conocerlo, pues la inteligencia era una virtud que generaba en
ella una clase de admiración que no conocía los límites.
La Reina Makeda y todas sus tropas llegaron a su destino. El encuentro público fue centelleante, ojos
de rey y reina se encontraron, el quedo atónito
con su belleza, con su piel morena, sus largos y abundantes cabellos, sus ojos
oscuros y profundos, ella estaba extasiada con su presencia, su grandeza, su
porte, su boca y su voz.
El gusto y la atracción entre los dos, fue inmediato, fue
evidente ante todos. Hicieron una fiesta inigualable, en donde la abundancia de
ambos reinos saltaba a la vista, la reina entregó sus ofrendas, él le ofreció
una velada acompañados por sus tropas de confianza, por sus servidores más queridos,
una noche al borde del rio, armaron tiendas para el disfrute, música,
danzarinas, flautas, perfumes, aceites, incienso, vino y un enorme banquete
para todos los presentes, en honor a la amistad establecida por los dos reinos.
A la media noche, la reina Makeda
le hace saber al rey que va a descansar, le agradece en ovación, el feliz le
mira, besa sus manos y públicamente también le agradece. Todos se retiran a
dormir, a descansar, ella camina hacia su tienda.
Entrada ya la madrugada, el deseo de ambos estaba a punto de
consumirlos como el fuego, era incontenible, ella suspiraba, el sudaba y respiraba fuerte,
el corazón de ambos palpitaba de emoción, pensando en sus miradas, en lo que
sentían al tenerse tan cerca.
El rey no aguantó, así que silenciosamente se acercó hasta la
tienda de Makeda, entró sin dudarlo y se dio cuenta que ella estaba despierta y
a propósito para él, solo se cubría con una túnica,
casi transparente. Se miran, se desean, ella desliza la túnica y queda deliciosamente
desnuda ante los ojos del rey.
Él se aproxima y se besan, delicada y luego apasionadamente,
mientras sus manos inquietas se exploran mutuamente, la reina con susurra al oído
del rey,
Has llegado a mi tienda
en la libidinosa noche de mi luna llena
Tu sexo huele a manojos
de mirra, áloe y hierbabuena
Has traído contigo
aceites y esencias que cubrirán mi pecho
Extasiando mi madrugada
y mojando con tus sudores mi lecho
Aprisióname ahora con
tus piernas de mármol, tus columnas
macizas
Que yo me derramaré a ríos y entre gemidos mientras me
amacizas
Pasea con tu
lengua por entre mis senos, dos crías
mellizas de gacela
Que yo aullare,
como loba excitada, esa que te lame, esa que te cela
Soy tu Reina de Saba, la hija del faraón, tu amiga amante morena
Que los contornos de
mis muslos te reclaman y mis anhelos se multiplican como arena
Que tengo prisa por
tenerte y mi nardo ya exhala su fragancia
Y este trigo que reposa
en mi vientre se marchita con el tiempo y la distancia
Hay un propósito divino
cuando me raptas, cuando me desnudas y me haces tuya
Dejemos que como el
vino de tus amores la pasión y el deseo fluyan
Que mis versos se hacen
sagrados y mi alma se santifica
Codiciable y hermoso
amante mi espíritu y mi cuerpo a tu anatomía glorifican
Luego de hacer durante toda la madrugada el amor, entre
fluidos y caricias, entre jadeos y miradas, Salomón y Makeda, se quedan abrazados,
desnudos y dormidos.
Al despertar, eran hembra y macho al final de una memorable
faena, rendidos de placer. Él quiere honrarla, atenderla así que se pone primero
en pie, le prepara una deliciosa poción caliente y humeante de Café Arábigo,
como símbolo de la unión de sus cuerpos.
La reina Makeda había encontrado en su rey Salomón, la
esencia de aquel arbusto de café arábigo, sus plegarias habían sido escuchadas,
sus anhelos ahora eran satisfechos, ese árbol era su rey, el arbusto ahora era
el hombre que dormía entre sus senos y yacía en su vientre.
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